jueves, noviembre 23, 2006

Murió de un Beso

A tenor de nombrar a Felipe Trigo en la entrada anterior, me he puesto a bucear por su obra. Uno de entre sus títulos me ha llamado la atención especialmente, y he pensado: "voy a escribir un poemilla en su honor, que me cae muy bien el señor Felipe". Y aquí está: Murió de un Beso. Se da la casualidad de que se trata de una obra póstuma. Dicen que se suicidó, pero lo cierto es que su muerte no se ha podido esclarecer. Yo creo que murió de un beso...
Tengo que leer la novela.

Sed condescendientes, que no es más que un poemilla improvisado ¡y escrito directamente a ordenador! ¡puajjj! Quizás no sea la versión definitiva, había escrito un par de versos más e iba a alargarlo, pero me pareció que ya estaba todo dicho, que quedaba bien así.


Murió de un beso.
Encontraron el arma homicida
sobre el cadáver,
que más que cuerpo inerme
parecía efigie de santo extasiado.
Ardua fue la tarea:
oculto estaba el maldito,
y las lecturas de la energía residual
volvían loco el besómetro.




Vecinos

Les he echado varios males de ojo ya, pero nada, ellos (aunque sospecho por las estridentes risas femeninas que sólo son ellas) tan panchos, ni les da cagalera, ni se quedan afónicos, ni se accidenta el bus que ha de llevarlos de vuelta a su dichoso pueblo del que ójala no hubieran salido nunca.
De modo que a joderme yo con el insomnio, con el hambre de silencio que acumulo ya, y con la rabia incontrolable que me no me abandona ni cuando todo el estruendo cesa el fin.

Que vale, que hacer ruido de vez en cuando es inevitable. ¿Pero son inevitables también las carreras, los eúforicos gritos inarticulados, el desplazamiento continuo de muebles, los cantos"tribales"y el Bisbal, el reggeaton y demás mierdas sonando a todas horas? ¿es inevitable la falta absoluta de delicadeza con que realizan cualquier acción, con que rebuznan cada maldita carcajada, con que charlan a voz en grito por las ventanas abiertas con gente de otros edificios, con que sencillamente caminan como elefantes? ¿cómo puede ser que a cada paso que dan tiemblen las lámparas y los cristales de las ventanas? ¿es que pesan 300 kilos? A lo mejor es eso, quizás debiera elevar la dosis de mal de ojo a magnitud paquiderma, y además a repartir entre todos los ejemplares que hollan su suelo, es decir, mi techo.

Yo pensaba que no odiaba a nadie, pero ahora sí, ahora las odio a ellas, y fantaseo con subir y matarlas de mil maneras. Yo que era pacifista, hay que ver en lo que me han convertido estos seres de habla tan sutil como la berrea. Esto sí que es una plaga social, y no las de Felipe Trigo.
Matarlas, quiero matarlas...en silencio.