Insolens Sum
Ser poeta tiene un incoveniente (obviando las noches de insomnio, la búsqueda torturadora del perfeccionismo, la bipolaridad, la sombra acechante de los grandes...) que todo el mundo se calla. Y es el tener que tratar con otros poetas.
Y es que los poetas cuando van (o vamos) de poetas a menudo somos aburridos y pomposos, y fingimos escucharnos con interés unos a otros mientras nuestras mentes giran ávidas como perros de presa en torno a nuestros propios versos. Y nos reunimos a conjurar no-sé-qué-males recitando poemas regados con alcohol. Y disimulamos probables tristezas y charlamos sobre proyectos obligados, porque parece que si no tienes un proyecto en mente no eres nada. Y citamos a autores de nombres exóticos en absoluto accesibles para el gran público. Y acabamos por aburrirnos en esas reuniones intelectualoides rezando porque el camarero nos traiga pronto otra copa.
Y, en fin, a este paso acabaremos teniendo un día del orgullo poético para reafirmarnos en nuestro ghetto endogámico. Y no quiero imaginar las discusiones interminables para elegir símbolo y color para nuestra bandera.
Esta es una visión obviamente exagerada y parcial de la situación, cualquier parecido con la realidad es...bueno, pues eso, parecido.
Las generalizaciones son un asco, pero los poetas en realidad somos (se supone) unos locos rebeldes divertidos...bueno, los que bebemos, los abstemios son unos petardos...jijiji